Hola, aquí estoy de nuevo, sigo de otoño, la estación de la riqueza y quiero compartir contigo algo que es un tesoro para mí.

Se trata de una práctica interna que desarrollo desde hace más de quince años y que llama el arte de la indestructibilidad.

Parte de la base de que en el fondo, realmente no sé de qué va esto de Ser Humano, pero sí sé que tenemos una curiosidad innata que nos lleva a ir más allá de nuestros límites en todo.

Como no soy una excepción utilizo mi curiosidad para llevar a cabo esta práctica que desmonta permanentemente la idea que tengo de lo que soy. Me catapulta a un lugar, para mí, mucho más interesante. Un lugar que no se modifica con lo de fuera, que no teme y que siento indestructible.

Ese sitio me confirma que soy algo más allá de la Luchy que creo ser.

Es curioso cómo esto me lleva poco a poco a estados cada vez más conmovidos y comprometidos con la vida. Despierta un sentimiento de profunda gratitud, de paz y de reconciliación con mi naturaleza humana, que la verdad, me es muy útil.

La enjundia de la práctica es utilizar la queja, la crítica e incluso la condena, como formas de introspección que me permiten desmontar la idea que tengo de cómo soy o cómo no soy. Así, todo lo que me molesta del otro me desvela una y otra vez que “el mundo que veo es el mundo que llevo dentro”.

Aunque sea en dosis homeopáticas, siempre acabo dándome cuenta de que no soy tan diferente del otro y así se afloja la acusación vehemente que le proyecto; esto me obliga a tomarnos  en consideración de otra manera.

Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra” dijo Jesús de Nazaret. Cuando se acorta la distancia entre la imagen que tengo de mí y la que critico del otro no me queda más remedio que remangarme y empezar a trabajar a nivel más profundo.

Ahí necesito recurrir a la amabilidad para con mis miserias, puntos ciegos y mezquindades varias y es sólo el principio…porque esto no va de ser condescendiente o autocomplaciente, pero cuanto más me veo y más me acojo en lo que veo, más espacio doy al otro y a mí mismo para el cambio y eso es algo que todos necesitamos individualmente y como sociedad. Por ejemplo, cuando descubro que estoy siendo tan autoritaria como aquel de quien me quejo, lo primero que hago es ser amable con lo que veo y decirme que tanto el otro como yo misma somos seres humanos en construcción. Lo segundo es indagar en de qué habla esta necesidad de imponer mi opinión. Puede ser que encubra una sensación de que no soy vista o de que lo mío no cuenta. Ahí vuelvo a acoger lo que veo y busco ahora el refugio de mi eje vertical y la fuerza del horizontal para darme cuenta de que soy suficiente y tengo un sitio por el mero hecho de estar viva. Y así con todo, es un proceso artesanal para ir construyendo dentro y a la vez ir dando espacio fuera.

Creo que si yo puedo alcanzar un estado más refinado y elegante de existencia, también es posible para la Humanidad. Me inspira a caminar hacia un potencial de “grandeza humana” que algunos seres humanos han demostrado posible y cuyo testigo quiero tomar.

Lo practico con verdadero compromiso porque cada vez que desmonto lo que “creo que soy” me encuentro con que primero, todo lo que percibo en el otro está también en mí y segundo también soy “aquello” que todo lo contiene y en mi experiencia es ahí donde empieza la posibilidad de una cocreación con inteligencia y corazón a la vez (…pero eso lo dejo para otro post).

Ojalá esto te esté resultando sugerente.

Hagámos una paradita para, al menos, contemplarlo y si quieres volvemos a encontrarnos, ¿te parece?

Si estuvieras en casa te ofrecería una taza de té…

Te mando un cálido saludo,

Luchy